El virus del odio anda suelto. Y frente a eso, la Conferencia de Presidentes de este viernes debería ser una nueva oportunidad para prestigiar la política, para reivindicar el valor del diálogo y del acuerdo.
Hace mucho tiempo que no salía a pasear por la Vía Verde. Se trata de un espacio privilegiado, a las puertas del Parque Natural de la Font Roja, donde respirar aire puro y dejar atrás el ruido cotidiano. En lo que llevamos de año aún no había podido hacerlo. Así que, como comprenderéis, tenía muchas ganas de ese paseo.
Salimos mi marido y yo sobre las 19:30 desde el barrio de Batoi. Después de una jornada frente al ordenador, era momento de estirar las piernas, disfrutar del entorno y, sobre todo, de la compañía. Caminábamos sin más objetivo que caminar, cruzándonos con amigos y desconocidos. Pero, pasado el Pont de les Set Llunes, dos ciclistas irreconocibles nos adelantaron por detrás, gritando insultos dirigidos a mi partido.
No querría dar demasiada importancia a este episodio: al fin y al cabo, quien insulta sin dar la cara no merece protagonismo. Pero sí creo necesario dejar constancia de lo que, aunque pueda parecer una anécdota, refleja el clima que vivimos: un virus de odio que se propaga con total impunidad.
Hasta ahora no había vivido algo así en mi querida ciudad, aunque sí en Madrid. Muchos compañeros y compañeras estamos siendo increpados. Nuestras sedes, atacadas en distintos puntos del país. Pseudo medios financiados por la ultraderecha persiguen e intimidan a parlamentarios progresistas. Y, mientras tanto, el Partido Popular no solo guarda silencio, sino que agita las calles con lemas como “mafia o democracia”, alimentando aún más el enfrentamiento y la crispación.
Si la oposición considera que este Gobierno es insostenible, la Constitución ofrece mecanismos. ¿Por qué no presenta una moción de censura? Quizá porque los datos económicos y sociales avalan la gestión del Ejecutivo. O porque no tienen alternativa. Su próximo congreso no está pensado para debatir ideas, sino para repartirse cargos y bendecir liderazgos. Encubren la incompetencia demostrada de Mazón y alimentan el descrédito de la política. No son una alternativa viable. Solo embarran el terreno.
Frente a ese ruido, tenemos una oportunidad: la Conferencia de Presidentes. Una ocasión para demostrar que los gobiernos, sean del color que sean, están para resolver los problemas de la ciudadanía. El presidente del Gobierno ha propuesto un gran Acuerdo Estatal por la Vivienda 2026-2030, con tres compromisos clave:
– Más financiación pública: triplicar la inversión, de los 2.300 millones actuales a 7.000, con una aportación estatal de 4.000 millones si las comunidades asumen su parte.
– Blindaje indefinido de la vivienda protegida: para que no acabe en el mercado libre, como ha sucedido hasta ahora.
– Transparencia: crear una base de datos pública sobre precios de compra, venta y alquiler, accesible para ciudadanos y administraciones.
En su carta a los presidentes autonómicos, Pedro Sánchez lo resume con claridad: “No nos eligen para tirarnos los trastos a la cabeza, sino para dialogar, acordar y resolver problemas”. Y tiene razón. El de la vivienda es crucial. Estemos a la altura.
También la ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez, ha hecho un llamamiento público al diálogo, la responsabilidad y el acuerdo. Ojalá esta cita institucional no se convierta en otro escenario de confrontación, sino en una ventana al entendimiento.
Prestigiar la política no es fácil en tiempos de odio y polarización. Pero sigue siendo urgente. Y sigue siendo posible.