Estoy convencida que todos los tiempos tienen su peculiaridad y complejidad. Desde que entré en política no recuerdo uno que haya sido especialmente fácil. Cada momento tiene sus retos, sus desafíos, sus incertidumbres. Lo verdaderamente importante es cómo los afrontamos, si lo hacemos con determinación y si somos capaces de hacerlo con unidad.

Una “unidad bien entendida”. No hablo de uniformidad, sino de armonía. De diálogo, de soluciones compartidas. Siempre me ha gustado decir que, si dos personas piensan exactamente lo mismo, es que una de las dos no está pensando. La diversidad de pensamiento no es una amenaza, es una riqueza. La política debería ser eso: buscar puntos de encuentro sin renunciar a nuestras diferencias. Intentarlo una y otra vez sin caer en la desesperanza ni en la melancolía.

La dificultad del momento actual es también, la enorme influencia que generan las redes sociales y algunos medios de comunicación. Todo se amplifica: lo cierto y lo incierto. Las especulaciones y los hechos. Por eso, la verdadera dificultad está en generar confianza y dar certidumbre en medio de tanto ruido.

Y, por si fuera poco, estamos viviendo una legislatura especialmente compleja, en un mundo tensionado, impredecible, sometido a cambios acelerados. Un momento en el que la política es más necesaria que nunca para que los más vulnerables no caigan en el olvido.

En este contexto, conviene recordar que la fragmentación parlamentaria no es buena ni mala en sí misma, simplemente es el reflejo de lo que los ciudadanos han querido con su voto. Y, como tal, exige diálogo, consenso y acuerdo. Ningún partido puede gobernar en solitario. Todos estamos obligados a contar con los demás y entre todos, debemos ser capaces de avanzar.

Lo que el presidente Sánchez logró hace dos años fue inédito: sumar mayorías parlamentarias diversas para dar respuesta a los retos del país. No fue fácil, ni rápido, ni cómodo para nadie. Pero lo hizo posible. La investidura salió adelante con más apoyos que las de los presidentes anteriores. Y, sin embargo, ha sido cuestionada desde el minuto uno por quienes creen que el poder les pertenece por derecho.

Algunos siguen anclados en esa lógica del “cuanto peor, mejor”. Es inevitable que a una le venga a la cabeza aquella frase de Montoro: “Que Caiga España que ya la levantaremos nosotros”. Un ejemplo de esa forma de entender la política como arma arrojadiza, como campo de batalla. Montoro hizo escuela y siguen esa estrategia: bloquear y debilitar. Aunque eso signifique votar en contra de decretos que atienden necesidades urgentes del país.

Esta misma semana, el Congreso debatió tres reales decretos-leyes. Uno sobre financiación autonómica y local; otro para reforzar el sistema eléctrico en plena tensión geopolítica y ante la creciente demanda; y un tercero con medidas culturales.

El Partido Popular votó en contra del que sabía que podía hacer caer: el que reforzaba el sistema eléctrico. Lo hizo conscientemente, sabiendo que con ese voto podía bloquear una norma crucial para garantizar el suministro y acelerar la transición energética. No importaba el contenido, ni la urgencia, ni el interés general. Solo importaba dañar al Gobierno. Aunque con ello se perjudicara a millones de ciudadanos.

En cambio, no se atrevieron a votar en contra del decreto de financiación autonómica y local. Sabían que eso hubiera supuesto poner en pie de guerra a todos los ayuntamientos, también a los suyos. El PP había contribuido a generar el problema al bloquear las entregas a cuenta, y ahora quería presentarse como salvador. Pero no lo son. No se puede ser parte del bloqueo y luego disfrazarse de solución. La aprobación de los Presupuestos Generales del Estado depende del Congreso, no sólo del Gobierno.

Con la fragmentación y la polarización existente, ni el bloqueo ni forzar un cambio de gobierno son solución. Lo que hace falta es una verdadera predisposición a anteponer las soluciones a los problemas.

Por todo ello, no comparto que el perder una votación sea sinónimo de debilidad y mucho menos, cuando nuestro gobierno y grupo parlamentario ha conseguido ganar el 84% de todas las votaciones realizadas. Hemos conseguido aprobar 43 iniciativas legislativas y eso es un éxito del gobierno y del parlamento. Hemos conseguido mejoras significativas de actualización de las pensiones, incrementar el SMI, estimular la inversión, el crecimiento económico y la generación del empleo. Hemos sabido que en el segundo trimestre, se alcanzaron 22.270.000 ocupados registrando un nuevo máximo histórico, según la última Encuesta de Población Activa publicada por el INE. Nunca ha habido un porcentaje tan alto de población trabajando Son datos muy positivos, especialmente cuando también vemos que aumenta la estabilidad en el empleo, con un crecimiento de la ocupación indefinida en el segundo trimestre de 354.600 trabajadores, hasta los 16,05 millones de personas.

La política económica del gobierno está siendo un acierto y debe ser por eso por lo que es tan difícil poner el foco en ello. Una política económica que no acaba de ser valorada por la ciudadanía.

El otro día, una conocida me decía que no sabía lo que hacíamos en el congreso. Me tiraba en cara que no lo explicábamos. La realidad es que los diputados y diputadas intentamos explicar lo que aprobamos y lo que impulsa nuestro gobierno. Pero no siempre es fácil. Quizá no acertamos en el formato de explicación para que, llegue a más gente, pero lo intentamos, de verdad.

Uno de los motivos por los que creé este blog es para difundir mi trabajo parlamentario y las políticas que aprobamos en el congreso. Veréis que hace muchos años que lo alimento. Es un blog de reflexión personal que no pretende ofender a nadie. Para aquellos que trabajan conmigo saben que me gusta compartir el trabajo que hago por si puedo ayudar a alguien aunque sé que es prescindible. Los diputados estamos obligados a dar cuenta de lo que hacemos y necesitamos de espacios para difundirlo. Ojalá algunos comprendieran que  es una cuestión de rendición de cuentas. Ojala se dieran cuenta que nadie es superior a nadie. Que nadie está por encima de nadie.  Ojalá comprendieran que la vida son cuatro días. Que todos moriremos. Lo sé bien. Y también sé que cuando me toque, moriré con la conciencia tranquila. Por haberlo intentado. Por haber creído en la política como servicio y no como privilegio. Y, si a alguien he ofendido por mis actos o palabras vaya por delante siempre mis sinceras disculpas.

Porque sí, son tiempos difíciles para la política. Pero más difíciles serán si la dejamos vacía, si no conseguimos aprobar medidas que mejoran el día a día de la gente. Si no aseguramos una sanidad y una educación a la que todos y todas puedan acceder. Si dejamos que solo hablen los que gritan, los que insultan y desacreditan. Si olvidamos que la política, bien entendida, es el espacio donde una sociedad se piensa a sí misma y se compromete con su futuro.